Toda una dama by Jennifer Greene

Toda una dama by Jennifer Greene

autor:Jennifer Greene
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Romántico
publicado: 2012-05-29T19:57:25+00:00


Capítulo Seis

—¡No podemos estar encerrados!

—Lo estamos. Las dos puertas de los vestuarios, la entrada principal de la piscina... —Clay se retiró el pelo mojado—. Supongo que alguien vio que las luces estaban apagadas e imaginó que nos habíamos ido a casa.

Desapareció por una puerta abierta. Liz le siguió sujetando la toalla alrededor de su cuerpo mojado. La puerta abierta daba a un pequeño almacén lleno de espumaderas, aspiradoras y filtros.

—No lo puedo creer —dijo él.

Clay pasó junto a ella y se acercó a una pared que tenía ventanas. Las ventanas estaban a unos dos metros y medio. También parecían cerradas. La mirada de Liz recorrió la habitación. Ni los bancos ni los suelos de azulejos tenían posibilidades de servir de cama y, aparte del traje de baño, que era un montoncito de tela mojada en el suelo, la toalla era la única prenda de la que disponía para cubrirse. Su ropa seca estaba bajo llave en el vestuario. Al igual que su bolso y las llaves del coche... todo.

—¿Tienes idea de a qué hora abren la piscina por la mañana? —preguntó.

—No te preocupes, preciosa. Estarás a salvo en tu cama.

—Pero, ¿cómo...?

—He roto más de una cerradura. Te sacaré de aquí. No te pongas eso —dijo bruscamente al verla coger el bañador mojado—. Fuera hace un frío terrible. Estar desnuda ya es bastante malo, pero desnuda y mojada... cogerás una pulmonía.

—¿Cómo vamos a salir?

—Por las ventanas.

—¿Es que hay algún par de zancos en la piscina que no he visto? Vamos, Clay No hay modo de llegar a esas ventanas.

Él sonrió.

—Durante toda mi vida he oído decir «no hay modo».

Cualquier hombre normal se habría inquietado al saberse encerrado. Clay estaba disfrutando de la situación. Liz se dijo que una mujer mojada, helada y cansada tenía derecho a sentirse irritable. Además el plan de Clay era una idiotez.

Mientras tanto, Clay había encontrado una especie de arpón de mango largo con el que abrió las ventanas. Esperaba que ella trepara a sus hombros y saliera por el estrecho hueco. No le pidió permiso para auparla a sus hombros.

—Oye, no puedo hacerlo.

—Sí puedes.

—Peso demasiado para ponerme de pie sobre tus hombros. El espacio de la ventana es demasiado pequeño. ¡Está demasiado alta!

—El único motivo de tus protestas es que crees que voy a ver algo. Lo he visto todo antes, preciosa, y nadie está mirando. Vamos.

Para él era muy fácil hablar así. Ya le había quitado la toalla. Ella no estaba obsesionada por el sexo, pero, cuando una mujer tiene las piernas desnudas alrededor del cuello de un hombre, se siente ligeramente inclinada a distraerse. Eso sin hablar del orgullo herido.

—Aunque me ponga de pie en tus hombros, aunque consiga salir por la ventana... me dará miedo caerme por el otro lado.

—No te vas a caer.

—¿Me lo puedes garantizar por escrito?

—Lo que vas a hacer, Liz, es esperar arriba hasta que yo trepe a la ventana contigua. Luego bajaré y te cogeré desde abajo. Ahora, vamos.

Él le dio unas palmaditas impacientes en el trasero. Ella deseaba asesinarle.



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